viernes, 30 de agosto de 2013

Mariposas y virutas

Una cosa, con permiso, antes de dar paso al relato.
Hace unos meses me solicitaron un cuento para que formara parte de una antología pensada para crear conciencia de la importancia de la donación de órganos. Debido al fallecimiento del promotor de la idea pensamos que este proyecto no seguiría adelante pero su familia ha querido seguir con el trabajo y, finalmente, se ha editado. Su nombre: Vivo en ti. Para aquello de vosotros que os apetezca leerlo gratis o tenerlo en papel, os dejo los enlaces correspondientes:
Si lo queréis descargar (gratis): http://conunpocodeti.jimdo.com/



Ahora ya os dejo con el cuento de hoy :)
 
 
 
 
Mariposas y virutas





La niña afilaba sus lápices de colores y sonreía.
El lápiz amarillo.
El lápiz rojo.
El lápiz azul.
El lápiz verde.
Uno por uno los afilaba y trataba de imaginar cómo serían las mariposas en que se transformarían.
Porque alguien, no se sabe quién, le había contado que si guardaba las virutas de los lápices de colores en un tarro y lo deseaba con mucha, mucha fuerza, al día siguiente se habrían convertido en preciosas mariposas de colores.
Y por eso ahora la niña afilaba sus lápices de colores y sonreía.
El lápiz rosa.
El lápiz rojo.
El lápiz marrón.
El lápiz blanco.
Iba dejando caer las virutas en un tarro de cristal y sonreía.

Cuando los hubo afilado todos, guardó los lápices, cogió el tarro y lo puso cerca de la ventana.
Aquella noche la niña soñó con paisajes pintados con lápices de colores: árboles cuyas copas eran de un tupido verde claro, nubes de color celeste, soles amarillos con sonrisas rojas, pájaros que eran finas líneas azules o negras o marrones, montañas verdes con cimas siempre blancas, una casa amarilla con un tejado rojo, cortinas de color rosa y humo gris. Y, en medio del paisaje de lápices de colores, una niña de falda blanca y trenzas, corriendo tras un montón de mariposas de todos los colores y de todos los tamaños.
A la mañana siguiente, con los ojos llenos de colores, corrió a ver qué había pasado con sus virutas.
El tarro de cristal estaba vacío.
Levantó los ojos y vio pasar a una mariposa de color blanco junto a otra de color marrón.
- ¡Mis mariposas! – Exclamó - ¡Esas son mis mariposas! ¡Seguro!


Y corrió en busca de su madre y, con los ojos llenos de entusiasmo y los labios plenos de sonrisas, le contó la mágica transformación de las virutas.
Era tanta la ilusión que derramaba, tanta la alegría que irradiaba, que su madre se sintió incapaz de confesarle que, en realidad, las virutas seguían siendo virutas, y que si ya no estaban en el tarro de cristal era porque ella, que no sabía nada del experimento de su hija, las había tirado a la basura esa misma noche. Y que aquellas dos mariposas habían pasado junto a su ventana en ese justo momento por pura casualidad.
Así que la niña siguió creyendo durante mucho tiempo que las virutas de los lápices de colores podían transformarse en mariposas sólo con desearlo con mucha fuerza. Y durante muchos días siguió afilando sus lápices y guardando las virutas en tarros de cristal (soñaba con llenar el mundo de mariposas de todos los colores).
Y durante muchas noches soñó con preciosas mariposas hechas de virutas.
 


Y su madre siguió vaciando los tarros día tras día, y sonriendo cada vez que su hija le contaba que el milagro había vuelto a producirse aquella mañana. Y nunca le contó la verdad.
Y cuando la niña se hizo mayor, tan mayor como su madre, aún seguía conservando un poco de aquella magia y de aquella ilusión y, de vez en cuando, volvía a soñar con paisajes pintados con lápices de colores donde una niña con trenzas perseguía mariposas de virutas.


 

viernes, 23 de agosto de 2013

El dragón escupe letras




Érase que se era un dragón pequeñajo, regordete y de color "amariverde".
Érase que se era un dragón con unas alas diminutas.
Érase que se era  un dragón con voz de pito.
Érase que se era  un dragón que, en lugar de lanzar fuego, lanzaba letras.
Érase que se era, en fin, un dragón que daba mucha risa y poco miedo.
Érase que se era que el pobre dragón estaba cada día más triste:
-¡Menudo dragón de pacotilla estoy hecho! -se lamentaba- ¿Para qué sirve un dragón que no puede lanzar fuego? -lloriqueaba.
No servía para secuestrar valientes  princesas ni para luchar contra bellos príncipes; ni para luchar contra bellas princesas ni secuestrar valientes príncipes. Era incapaz de asustar a todo un reino, ni a medio, ni siquiera a un pueblo de los más pequeñines. Como dragón, Benito era un completo desastre...


Érase que se era una princesita que se peinaba con trenzas y usaba gafitas.
Érase que se era una princesita con faldita de colores y pequitas.
Érase que se era una princesita con cara de lista, que estaba muy harta y muy aburrida de hacer siempre cosas de princesa, hablar siempre de cosas de princesa, leer siempre cosas  de princesa y que la trataran siempre como a una princesa (muchas reverencias, mucho alteza esto y alteza lo otro, mucho mirarla desde lejos... ).
La princesita Adelita, como era una princesa tan princesa, no tenía ningún amigo y se aburría como una auténtica ostra.
Y ocurrió que el pequeño dragón -bastante tristón- y la princesita -algo apenadita- se encontraron cierto día mientras paseaban por un prado lleno de margaritas. 

El dragón pensó:
-Otra princesa que se va a reír de mí -y quiso esconderse.
La princesa pensó:
-¡Un dragón, qué bien! -y corrió hacia él.
Y así estuvieron un rato: el dragoncito intentando escapar de la princesa y la princesita intentando llegar hasta el dragón.
Benito -el dragón-, muy asustado, intentó lanzar fuego -que es lo que hacen todos los dragones asustados- pero, claro, lo que lanzó fue una lluvia de vocales y consonantes que cayeron sobre la sorprendida princesita.
Benito -el dragón- se encogió, se tapó la cara y esperó la carcajada.
Y esperó.
Y esperó.
Y siguió esperando.
Pero no se oyó ninguna carcajada.
En realidad no se oía nada. 
Benito -el dragón- se destapó un ojo... Y luego se destapó el otro para ver mejor lo que estaba viendo: la princesita Adelita estaba recogiendo las letras y se lo pasaba en grande intentando formar palabras.
Cuando la princesita encontró todas las palabras que pudo encontrar, se volvió hacia Benito y, con una enorme sonrisa, dijo:
-¿Lo puedes hacer otra vez?
Y el dragoncito volvió a lanzar otra lluvia de letras.
Adelita, sonrió, aplaudió, dio saltitos y corrió otra vez a reunir letras y formar palabras.
A la tercera vez, Benito -el dragón- se unió a ella.
A la cuarta, Adelita -la princesita- y Benito -el dragón- se reían juntos.
Después de la quinta vez decidieron sentarse a charlar,.
Y charlaron mucho rato.
Y volvieron a encontrarse en aquel campo de margaritas todos los días. hasta el día en que Adelita -la princesita- invitó a Benito -el dragón- a vivir en su castillo.
El dragoncito -feliz como una lombriz- aceptó sin pensarlo y allí vivió -feliz como una perdiz- jugando a formar palabras con Adelita, enseñando a leer a los más pequeños y, cuando Adelita llegó a reina, siendo el mejor Consejero Real que había existido en aquel lejano, lejano, lejanísimo reino.

 


martes, 13 de agosto de 2013

Abecedario

La A le dijo a la B que le comentara a la C si podía avisar a la D para que contara a la E lo que, en secreto, le había comunicado la F. Ésta al enterarse de semejante traición, unió fuerzas con la G y fueron a buscar a la H. Luego llamaron a la J que conocía muy bien a la I y, todas unidas, charlaron con la K sobre lo ocurrido. La K, sin dudarlo un segundo, se presentó ante la L que llamó a la M y avisó a la N para que buscara a la Ñ. Una vez reunidas en conferencia secreta enviaron un comunicado a la O que fue rauda al despacho de la P, que está al lado del de la Q y próximo al de la R, de manera que fue sencillo ponerlas al corriente de todo. Y en un pispas, se habían enterado también la S, la T, la U y la V. Por su parte, la W, que nunca se enteraba bien de nada, le pidió a la X que le hiciera de espía y que fuera, junto con la Y a averiguar qué estaba ocurriendo. 



Finalmente todo llegó a oídos de la Z que, como letra sensata que era, las mandó a todas a paseo y siguió zangoloteando y zapateando mientras zampaba zanahorias sin parar.

 

lunes, 5 de agosto de 2013

Pompas de jabón


A Illán le gustan las pompas de jabón.

Las pompas de jabón grandes.

Las pompas de jabón pequeñas.

Las pompas de jabón de colores.

Se pasa horas y horas haciendo pompas de jabón.

Las clasifica con mucho cuidado.

Y luego las usa para guardar sus tesoros: el hada con la que soñó la última noche de primavera, la flor que le regaló su amiga Miriam, el recuerdo de una tarde de otoño, una cinta roja que encontró el día de su último cumpleaños, la ilusión del Día de Reyes, un beso de la abuela, tres abrazos de papá, cinco “te quiero” de mamá y dos palmaditas del abuelo.
 

También tiene guardadas la manzana de caramelo de la última feria, el juguete que más deseaba, las risas de todos sus amigos, la música de tres tiovivos, la espuma de varias olas, cien lágrimas que derramó el día que murió su perro, el olor de las sábanas limpias y el calor de las mantas en invierno.

Guarda, además, algunos granos de arena de un paseo por la playa, su cuento favorito, una pluma de paloma blanca, tres duendes, cuatro brujas, un hechizo que leyó en un libro, la nana que le cantaba mamá, un canto rodado, el trinar de dos canarios, una mañana de domingo, el partido que jugó con papá, un rayo de sol, una ráfaga de viento, un chicle usado y tres piruletas.

Los días que se siente triste, deja volar las pompas de jabón.

Y las observa volar y brillar.

Y corre tras ellas.


Y, finalmente, las detiene, haciéndolas explotar para que derramen sobre él el recuerdo, el sueño o la sensación que hubiera guardado dentro.

Y se sienta a disfrutar de su tesoro.

Luego hace otra pompa de jabón y, con mucho cuidado, vuelve a guardarlo.

Su hermana mayor se ríe de Illán.

Sus papás piensan que eso de las pompas son tonterías.

Nadie cree que las pompas de jabón sirvan para algo más que verlas volar.

Nadie cree que en una pompa de jabón se pueda guardar un tesoro.

Y, por supuesto, nadie cree que en ellas se puedan atesorar cosas como el sonido de las canicas, el olor del desayuno o el color de una tarde de verano.


Todos piensan que es un poco raro.

Pero eso a Illán no le importa.

Él sigue haciendo pompas de jabón.

Y sigue clasificándolas según su tamaño, según su color y hasta según el jabón que use para fabricarlas.

Y, por supuesto, las sigue llenando de tesoros.

Mientras lo dejen en paz, los demás que crean lo que quieran.

 Pilar, la osa polar, ha salido a patinar, con su patinete nuevo.